En los
artículos anteriores se han expuesto las líneas seguidas, a lo largo de los dos
últimos siglos, por las distintas Administraciones del país en relación con la
formación del profesorado. La huella dejada a través de las distintas
normativas deja constancia de las ideologías, propósitos e intereses de los
distintos gobiernos. Observando en su conjunto este periodo de tiempo puede
apreciarse un claro afianzamiento, más en unos momentos que en otros, de un
progreso técnico en lo que se refiere a las exigencias de acceso a los estudios
y también a la duración y modernización de los programas formativos.
Ahora bien, las
nuevas estructuras no garantizan por sí mismas la calidad de la formación ni de
una posterior práctica exitosa, y este tema es el que se quiere abordar en los
artículos siguientes.
Para empezar es
obligado decir que antes de que hubiera formación reglada del profesorado ya
hubo grandes maestros. Por remontarnos a los orígenes de nuestra cultura, los
griegos Sócrates y Platón son un buen ejemplo, como también lo son los romanos
Cicerón, Séneca y Quintiliano. A lo largo de la Edad Media las enseñanzas
estuvieron en manos de la Iglesia fundamentalmente y, sin duda hubo clérigos
destacados en el arte de educar aunque sus enseñanzas estuvieran trufadas por
el dogma, San Agustín puede ser un buen ejemplo. Con la llegada del Renacimiento aparecen los “humanistas”
como Luis Vives que, como otros, fue prestigioso preceptor de nobles, o el más
tardío Juan Amós Comenio conocido como el “Padre de la Educación Moderna”, etc.
Ciertamente esta breve selección está interesadamente sesgada por el que
suscribe; habría otros “educadores” con otros planteamientos, que los
interesados pueden consultar en los textos de Historia de la Pedagogía, pero no
es objetivo del artículo extenderse más sobre esta cuestión.