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sábado, 2 de abril de 2016

ACTITUDES DEL PROFESORADO Y RENDIMIENTO. II. Algunas cautelas


Puntualizaciones generales
Como decía en el artículo anterior, las actitudes no nacen ya conformadas por una herencia genética, aunque puedan estar afectadas por ella, sino que aparecen a la vez que el organismo se desarrolla en toda su amplitud en la interacción con el medio y, a mi juicio, este medio (todo lo que rodea a una persona: familia, escuela, territorio, cultura, medios de comunicación, economía, políticas, etc.) determina fuertemente la aparición de unas u otras actitudes y su grado de intensidad.
En definitiva, herencia y medio contribuyen, como es sabido desde hace mucho tiempo, a establecer en la mente, a lo largo del desarrollo personal, el conjunto de ideas y sus interrelaciones, que desde el punto de vista evolutivo y biológico se localizan fundamentalmente en el “neo-córtex”,  conforman lo que denominamos sencillamente esquemas mentales o pensamiento, que a su vez subyace a la formación y expresión de las actitudes. 
Finalmente, aunque el sistema nervioso es uno, debemos tener presente que los aspectos emocionales de la mente, los sentimientos, son también determinantes de las actitudes. Las emociones, que tienen su asiento biológico en el  llamado “cerebro antiguo”, impulsan las acciones de las personas, eso sí, estas predisposiciones se encuentran adaptadas a la cultura en que cada ser humano se halla inmerso. Desde esta perspectiva, emociones como, alegría, tristeza, enfado, miedo, amor, odio, sorpresa, vergüenza, etc., por señalar algunas citadas por Daniel Goleman en su libro “Inteligencia Emocional”, concurrirían junto al pensamiento a suscitar o promover determinadas actitudes.

Desde esta perspectiva, las actitudes que  manifiesta el profesorado en su actividad profesional son fruto de la influencia de los elementos referidos en los párrafos anteriores (quiero recordar aquí la frase de Pérez Gómez [1987][1]: … el pensamiento del profesor aparece como el factor determinante tanto de su actuación pre e interactiva, como de la definición y desarrollo de la estructura de las tareas académicas que rigen la vida del aula) , pero con un peso especialmente importante de: los aspectos formativos de la carrera; la cultura organizacional de los centros; las políticas que marcan los objetivos,  procedimientos  y evaluación por medio de leyes y disposiciones oficiales en general y también de las demandas, en el mejor sentido de la palabra, de las familias.
Teniendo en cuenta todas estas circunstancias resulta más fácil entender las actuaciones profesionales de cada uno de los componentes del colectivo “profesorado”. No obstante, cada profesional dispone de algunos grados de libertad para enfocar su trabajo, donde muestra su forma de enfocar el binomio enseñanza-aprendizaje en sus clases. En apoyo de su importancia, Palardy y Rumberger (2008)[2], utilizando la muestra de datos de Early Childhood Longitudinal Study (primer grado) de EEUU, ya señalaban que las actitudes y prácticas instruccionales del profesorado garantizaban más el aprendizaje de Lectura y Matemáticas que su cualificación profesional.   
Es a estos aspectos actitudinales a los que vamos a dedicar la atención en este y otros artículos, pero no sin antes hacer una advertencia: la inmensa mayoría de los datos procedentes de la investigación son de tipo estadístico, que marcan tendencias con más o menos intensidad, pero que esconden las realidades individuales de las personas incluidas en los estudios, es decir, determinados alumnos o profesores quedan fuera de la tendencia general, lo que no impide que el estudio sea útil.
Y para terminar de relativizar todo, hemos de señalar que, como siempre, casi nunca hay consenso total sobre los resultados, incluso hay autores como Skourdoumbis y Gale (2013)[3] que de entrada afirman que relacionar casi exclusivamente  la práctica docente con el rendimiento de los estudiantes no es un tipo de investigación acertada para los mejores propósitos de la educación y el aprendizaje auténtico, y al entender del que suscribe, esta afirmación es totalmente válida porque el reduccionismo al “rendimiento” olvida una parte del currículo explícito e implícito muy importante como los valores y actitudes de los estudiantes.
Quizás alguien podría reprocharme el empeño en escribir sobre el rendimiento a pesar de mantener una valoración crítica sobre la investigación centrada en él, pero justamente la intención es mostrar una visión ponderada respecto de los estudios conocidos, favorables o contrarios a la opinión de este autor.
Antes de entrar en más concreciones enumeraré algunas de las actitudes más estudiadas, a las que me referiré con detenimiento más adelante: Expectativas del profesor respecto a las posibilidades del alumnado;  confianza y respeto; comunicación verbal y gestual; empatía; compromiso y entusiasmo; reconocimiento del esfuerzo; equidad; implicación; apoyo; claridad; control e innovación. Es evidente que hay otras muchas, pero seguramente las citadas están entre las más estudiadas.
En el próximo artículo: La profecía autocumplida.



[1] Pérez Gómez, A. I. (1987). El pensamiento del profesor, vínculo entre la teoría y la práctica. Revista de Educación, núm. 284 (1987), págs. 199-221.

[2] Palardy, G. y Rumberger, R. W. (2008). Teacher effectiveness in first grade: The importance of background qualifications, attitudes, and instructional practices for student learning. Educational Evaluation and Policy Analysis, Vol 30(2), Jun 2008, 111-140.

[3] Skourdoumbis, A. y Gale, T. (2013). Classroom Teacher Effectiveness Research: A Conceptual     Critique. British Educational Research Journal, v39 n5 p892-906 Oct 2013.

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